mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela,
en tierra seca y árida donde no hay aguas.
Salmo 63:1.
«Hablar de Dios y cumplir con un rito religioso no basta. Es necesario tener un encuentro personal con él. ¿Tal experiencia es posible hoy en día? Le aseguro que sí, porque la he vivido. A los 24 años de edad era profesor de filosofía en un colegio de Cambridge (Inglaterra).
Durante la Segunda Guerra Mundial fui llamado por el ejército británico y llevé una Biblia en mi equipaje. Tenía la intención de estudiarla como se hace con un trabajo de filosofía. De hecho, a medida que la leía, descubrí mucho más de lo que esperaba. Fui confrontado con la realidad de Jesucristo. De repente fui consciente de que él está vivo y me ama. No puedo explicar cómo ocurrió esto, pero puedo declarar que este encuentro transformó radicalmente mi vida. Desde entonces no tengo más temores, ¡sino la paz misma en los momentos más difíciles! Mi único deseo fue compartir con las personas a quienes encontraba esta riqueza que descubrí leyendo la Escritura.
Tuve el privilegio de beber de una fuente que, comparada con todas las demás, hace que éstas me parezcan insípidas. Hoy, más de cincuenta años después, sigo teniendo en mi alma esta misma sed de Dios. Sólo Dios puede aplacarla. Y para mí es una inmensa felicidad leer la Palabra de Dios, descubrir en ella a Jesús, mi Salvador, y así aprender a conocerle y amarle cada vez mejor». D. P.
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